viernes, 8 de enero de 2010

Resaca.

A veces volver nos dota de fuerzas renovadas para volver a volver. Volver esta vez al lugar al que fuimos, ¿será pues ir o volver?

Dentro de las cosas a las que uno vuelve están, por supuesto, los lugares de los que guardamos recuerdos (a veces malos, otros peores), los olores que siempre nos transportan a épocas, generalmente, mejores. O, y aquí me quiero detener, los amigos.
Esos a los que uno vuelve con ilusión para descubrir que su ausencia no es tal. No porque éstos le tengan tan presente a uno que parezca que no se haya ido no, sino porque dicha ausencia pasa tan desapercibida que no es tal.
Uno está ausente en tanto en cuanto él mismo cree que lo está. Para el ausente el tempo de un lugar se detiene en el momento en el que abandona el mismo. La mente egoísta, la mía es de las más egoístas que conozco, tiende a pensar que el recibimiento, allá donde vuelva, va a ser digno de los más queridos personajes de cualquier película (de antes de los sesenta, eso sí) que regresa cual hijo pródigo. Cuando el recibimiento es frío (o lo es para lo que uno espera) depende de uno mismo pensar que a nadie le importas ya, o pensar que simplemente, como decía ese semental (por número de hijos digo) de tan religioso apellido, que ya es casualidad, la vida sigue igual. Y a nadie le importa que estés o no, igual que a ti no te importa quien está allá donde vas. El problema es que sí nos importa quién y cómo nos reciben aquellos a los que encontramos al volver.

Pero como decía antes somos, por naturaleza egoístas y no nos damos cuenta de que los lugares que dejamos atrás cambian tanto como las vidas de los que en ellos habitan.
El hecho de que la única manera de ver a los amigos sea en los bares es un problema grandioso, más en mi caso que tan dado soy al poco habitual en Dahab: alpiste. Y digo bien, o no, porque las intenciones con las que uno llega, las conversaciones que anhela o llas batallitas que uno quiere contar y compartir se van evaporando a ritmo endiablado y de forma directamente proporcional a la cantidad de cervezas, whiskeys, chupitos y chilums ingeridos. La repentina borrachera se convierte en protagonista y es únicamente después de superar la resaca de la resaca cuando uno se percata de la realidad. Y la realidad no es otra que la gente nos quiere, ni más ni menos que antes, pero no nos aguanta mamados ni cuando nos vamos ni cuando nos quedamos.


Por eso, desde aquí, reniego de volver. Ya sólo quiero ir; y perra suerte la mía que me hará volver a volver.

4 comentarios:

  1. Cris, el que se va es el que cambia, no el que se queda...esperas encontrar a tu regreso lo que dejaste, pero ya no eres el que les dejo, tu ya no eres el mismo. Los que te quisieron de verdad te seguiran queriendo, yo misma, TE QUIERO!!! aunque hace años que no te achucho... "Al lugar donde has sido feliz, no debieras tratar de volver" Sabina es sabio...
    Eva

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  2. Evita,
    no seré yo quien niegue a Sabina,ni por supuesto, el que te niegue a tí un achuchón.
    A ver si hay suerte y entre idas y venidas, que no vueltas o regresos, nos encontramos y nos contamos; fuera de los bares.
    Yo sí que te quiero y además, en mi caso, con razón.

    Cristian.

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  3. No te quejarás de recibimiento frío, tenías a la peña en estado de catarsis.

    Espero que cumplas y sigas asomándote al blog para dejarnos piezas sinceras y de bella factura como esta. Se trata, ya lo sabes, de superar la resaca del viaje (no de la otra resaca).

    Abrazos.

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  4. Más que una queja es un pensamiento. Pero, como bien sabes, la resaca nos hace ver las cosas a través de un cristal algo gris.

    Es mi deseo cumplir y tus palabras son un empujoncito cuya inercia espero no dejar pasar.

    Salud, nos vemos esta noche.

    En un bar.

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