domingo, 17 de enero de 2010

"Creo que el ojo del hombre debe ver las cosas por si mismo, respirar con sus propias narices los aromas de las plantas, de los animales y de los otros hombres. Tocar con sus manos las manos de otros hombres de otras razas. Pisar con sus propios pies las tierras mas lejanas. El alma del hombre tiene que recuperar la pasión de la aventura y no esperar a que se la sirvan en la pantalla de un televisor o en salas de un cinematógrafo. Y la gran aventura es siempre el viaje"
J. REVERTE

Soneto.

Y no es que mi valor flaqueé ni mis
armas estén romas, ni que impresione
el buen hacer de quien guerra propone,
sino que la batalla requiere un bis.

Lejos de hacer flaquear mi armadura
es el tiempo y la contienda, el tiempo,
quien me hace duro; de puertas adentro.
Eres tú, amistad, la que perdura.

El guante lanzado mi cara azota
buscando en mi interior amor o justa.
tu arma es la letra, mi espada no no es otra.

Así pues es amor, amigo, lo que
por ser amante mi triste alma busca;
y no guerra. Pues de ella poco sé.

viernes, 8 de enero de 2010

De lo conseguido; y de lo regalado

A menudo tendemos a pensar, es más, a juzgar lo que otros tienen o consiguen. Y en este punto creo que me confundo porque lo que juzgamos es, sin más, lo que otros tienen. Nos importa tres cojones cómo o por qué lo han conseguido; o si lo merecen o no. Vale con juzgar y emitir veredicto. La "sana" costumbre de juzgar es pariente muy cercano de la tan española envidia y, si me lo permiten, su mayor fuente de alimento.


Es harto común escuchar en bares y otros lugares de ocio, no tan frecuentados por quien escribe, a diferentes personajes criticar las bondades de otros, en ocasiones cercanos a ellos y otras no (¿quién necesita conocer a quien critica?), sin siquiera fijarse en la paja (a veces toda una bala) que interrumpe la claridad de su visión.


Por poner un ejemplo, no casual en este caso. Es habitual el treintañero que, a pesar de vivir y, ahora sí personalizo, escribir (con gran belleza y perspicacia en este caso) gracias a la generosidad de sus padres que le dotan de vitualla, fonda y abrigo hasta que éste logre el reconocimiento, (merecido y que a buen seguro llegará), considera que el que a otras personas su familia les ayude a seguir sus sueños es conseguirlos sin ningún esfuerzo. Me pregunto qué diría nuestro ejemplo de conducta si le dijesemos que lo que hace, escribir (repito, de puta madre), carece de esfuerzo; y que si lo hace es única y exclusivamente porque tiene una familia que le arropa y permite dedicarse a lo que más le gusta.


Debo decir ahora, porque así lo pienso, que creo que es deber de una familia ayudar a sus miembros a seguir el camino que ellos hayan decidido; que es lícito vivir en casa de papá a los treinta, que no juzgo ni critico a aquellos que lo hacen, y que si así fuese estaría haciendo caso omiso de la bala que mis ojos albergan.

Lo más sorprendente suele venir de aquel que no sólo juzga, sino que además emite veredicto, y se permite llamar fracasado o perdedor a aquel a quien juzga. Sin saber (o tal vez sí, de ahí sus apelativos) qué es lo que juzga, qué es lo que compone la existencia de cada ser, qué es, al fin y al cabo, aquello que juzga.

El juzgado, un servidor, no juzga; el juzgado solo quiere vivir en paz consigo; y con el juez, que no parte (serlo le daría tan ansiado, o aparentemente ansiado, derecho a juzgar).


También ocurre con frecuencia que quien vive a su manera es incomprendido, vipendiado e, incluso, infravalorado. Lo cual, a esto último me refiero, es algo que suele resbalar por las patillas del sujeto antes de llegar a sus oídos; a no ser que quien juzga, vilipendia e infravalora sea alguien a quien dicho sujeto aprecia. En este caso, que duda cabe, entran en juego los sentimientos. Es aquí cuando podemos herir a aquel que juzgamos, y es aquí donde, desde mi humilde punto de vista, deberíamos ser más cuidadosos a la hora de juzgar.


Así pues quiero, a través de este escrito, romper una lanza a favor de todos aquellos que seguimos nuestros sueños, que no buscamos en el reconocimiento económico el sentido de nuestra existencia sino que lo buscamos en la simple y complicada razón de ser; quiero romper una lanza en mi favor (¿quién si no la romperá?) y en favor de mi gran amigo Domingo C. Ayala, con el firme deseo de que se cumplan todos tus sueños.

Yo, desde do quiera que esté, me alegraré como el que más cuando estos lleguen; y llegarán.

Resaca.

A veces volver nos dota de fuerzas renovadas para volver a volver. Volver esta vez al lugar al que fuimos, ¿será pues ir o volver?

Dentro de las cosas a las que uno vuelve están, por supuesto, los lugares de los que guardamos recuerdos (a veces malos, otros peores), los olores que siempre nos transportan a épocas, generalmente, mejores. O, y aquí me quiero detener, los amigos.
Esos a los que uno vuelve con ilusión para descubrir que su ausencia no es tal. No porque éstos le tengan tan presente a uno que parezca que no se haya ido no, sino porque dicha ausencia pasa tan desapercibida que no es tal.
Uno está ausente en tanto en cuanto él mismo cree que lo está. Para el ausente el tempo de un lugar se detiene en el momento en el que abandona el mismo. La mente egoísta, la mía es de las más egoístas que conozco, tiende a pensar que el recibimiento, allá donde vuelva, va a ser digno de los más queridos personajes de cualquier película (de antes de los sesenta, eso sí) que regresa cual hijo pródigo. Cuando el recibimiento es frío (o lo es para lo que uno espera) depende de uno mismo pensar que a nadie le importas ya, o pensar que simplemente, como decía ese semental (por número de hijos digo) de tan religioso apellido, que ya es casualidad, la vida sigue igual. Y a nadie le importa que estés o no, igual que a ti no te importa quien está allá donde vas. El problema es que sí nos importa quién y cómo nos reciben aquellos a los que encontramos al volver.

Pero como decía antes somos, por naturaleza egoístas y no nos damos cuenta de que los lugares que dejamos atrás cambian tanto como las vidas de los que en ellos habitan.
El hecho de que la única manera de ver a los amigos sea en los bares es un problema grandioso, más en mi caso que tan dado soy al poco habitual en Dahab: alpiste. Y digo bien, o no, porque las intenciones con las que uno llega, las conversaciones que anhela o llas batallitas que uno quiere contar y compartir se van evaporando a ritmo endiablado y de forma directamente proporcional a la cantidad de cervezas, whiskeys, chupitos y chilums ingeridos. La repentina borrachera se convierte en protagonista y es únicamente después de superar la resaca de la resaca cuando uno se percata de la realidad. Y la realidad no es otra que la gente nos quiere, ni más ni menos que antes, pero no nos aguanta mamados ni cuando nos vamos ni cuando nos quedamos.


Por eso, desde aquí, reniego de volver. Ya sólo quiero ir; y perra suerte la mía que me hará volver a volver.

sábado, 1 de agosto de 2009

Casi se cumple un mes desde que comenzó, por segunda vez, mi viaje; y, aunque parezca mentira este es el primer ratito que tengo para contaros algunas cosillas.

Como era de esperar los servicios de seguridad israelíes me tuvieron cerca de dos horas en una habitación cerrada, de luz tenue y sin ventanas haciendome mil y una (cuento árabe, que se jodan) preguntas para descubrir al final que no soy un terrorista, ni quiero matar a nadie ni tengo intención de investigar para despues revelar secretos del gobierno de Israel. Así que tras las pertinentes casi 4 horas de vuelo me planté en Tel Aviv, donde me esperaban Mor y Yonatan.Con ellos pasé unos dias en Jerusalem (la parte judía, me queda la musulmana), Tel Aviv y Ranana, donde cené con la familia de Mor el viernes noche, fecha muy importante para los judíos, ni os imagináis la cantidad de comida que hicieron esos locos. Una barbaridad.

Desde all me fui unos dias a casa de unos amigos de ellos en Siderot. Siderot es la ciudad mas cercana a Gaza, la que recibe mayor numero de misiles (40 diarios durante ocho años (que no culos, aunque les apunten al agujero del mismisimo) y 140 diarios durante la ultima "guerra"). Aquello es un lugar repleto de refugios antimisiles. Cuando junto a Jacob, un siderotita (ni idea del gentilicio) salí a por unas cervezas el primer día, me explicaba por el camino la situación que viven allí, y lo que más me gustó fue que tanto él como el resto de lugareños que conocí son conscientes de que la peor parte se la llevan en Gaza. Debo decir además que no son minoría los israelíes que se consideran avergonzados por la masacre que su gobierno llevó a cabo durante los días de "guerra".

Mientras Jacob y yo caminamos me señala, de manera automática, sin darle mayor importancia, los refugios más cercanos a nosotros a lo largo del trayecto, por si suena la alarma.

- Jacob, le pregunto, ¿cómo sé hacia dónde correr y cuándo si suena la alarma? ¿Y como la reconozco?

- Ja ja ja ! ! ! No te preocupes, si suena sabrás que es la alarma. Sígueme si puedes y corre como alma que lleva el diablo, porque una vez suena sólo tenemos diez segundos para ponernos a cubierto.

Diez segundos.

Sé que esta pregunta parece una gilipollez pero, para los peritos, no es una alarma convencional (como más tarde comprobé), se trata de la voz de una mujer que, sin prisa ni "alarma" aparente dice "Tseva Adom, Tseva Adom, Tseva Adom, Tseva Adom". Creedme, se te hiela la sangre y Speedy Gonzalez es un paralímpico (con todos mis respetos y cariño) a tu lado. Termina el "Tseva Adom" y un estruendo atronador (valga la repugnancia) nos dice que el misil ha tocado tierra. Gracias a Dios, Alá, Buda o quien coño sea sólo hay "daños materiales".

Esa misma noche le pido a Nativ que me lleve a ver la frontera. Montamos en su coche y hacia allá vamos. No han pasado dos horas desde que cayese el misil y la frontera no muestra mayor sensación de movimiento. Son cerca de las dos de la mañana y, como me explica Nativ, nosotros no los vemos pero en ese mismo instante son cientos los soldados que nos observan y decenas de francotiradores nos encañonan con sus armas. Para mayor tranquilidad apagamos las luces del coche y encendemos las del interior. Me pregunto si ha sido buena idea ir hasta allí, pero ya no hay marcha atras.
De pronto, actividad. A pesar de la versión oficial que dice que ni un solo soldado israelí pisa Gaza veo, con estos ojitos que mi madre me ha dado, cómo se levanta la valla de la frontera y cómo no menos de siete carros de combate repletos de soldados se adentran en Gaza. Varios destellos de luz nos advierten desde una torreta. Nativ entiende que es hora de apartarse de allí.